¡Soy Hospitalero Voluntario!

9/1/2023

En una entrada anterior de este blog comentaba con entusiasmo que había hecho el curso de Hospitaleros Voluntarios (HOSVOL) para en la mayor brevedad posible formar parte de esta comunidad de voluntarios que es historia viva del Camino de Santiago de nuestros tiempos.

En mi afán completista en todo lo que hago no podía faltar esta experiencia para poner el broche final a esta mi experiencia aventurera que ha durado tres años. En estos tres años he caminado por infinidad de lugares y me he hospedado en cientos de albergues por media Europa. No puedo estar más contento de finalizar esta significativa etapa de mi vida siendo Hospitalero Voluntario en un albergue del Camino de Santiago. Esta experiencia ha puesto a prueba mi capacidad de ser hospitalario con los caminantes y turistas que por allí se han acercado y he de decir que me he desenvuelto con una alta competencia. La manera más clara de medir el éxito en un lugar como este no ha podido ser el dinero que los peregrinos han dejado puesto que se trataba de una caja fuerte que yo no podía abrir, sino que han sido los comentarios que los peregrinos han dejado en el libro del albergue. Me siento my satisfecho por la cantidad y calidad de los comentarios recibidos.

Mi rutina diaria consistía en levantarme por la mañana temprano para verificar que ningún peregrino se hubiese quedado en el albergue con algún problema y a continuación pasar a limpiar el albergue en su práctica totalidad. Nadie me ha enseñado a hacer estas labores pero en mi opinión siempre ha sido importante mantener unos estándares altos de limpieza. La amabilidad y el buen trato con el peregrino son esenciales pero el básico más básico de todos es la limpieza. Por supuesto que esto no requiere limpiar cada día cada rincón del albergue pero sí mantener una decencia que haga que el albergue se vea fresco y ventilado.

Nada más llegar al albergue ordené todas las zonas comunes, toda la decoración y todos los carteles para que todo tuviese un sentido claro y que lo que allí hubiese pudiese ser utilizado con sentido común y facilidad. Por poner un ejemplo, en el salón común encontré que la distribución de las sillas no permitía con facilidad que los peregrinos encontrasen un lugar propicio para hacerse las curas mientras charlaban sobre la etapa que habían realizado, así que configuré el espacio reuniendo las sillas en un circulo y poniendo una papelera al lado de ese circulo. De la misma manera decoré esa estancia con sencillez y sobriedad para que el ambiente fuese relajado. En esa misma estancia había una gran estantería con decenas de libros desordenados y lo que hice es ordenarlos de tal forma que los tres espacios de la estantería tuviesen un sentido para que el peregrino realmente sintiese ganas de coger un libro y leerlo. Me encontré en un armario dos libros antiguos de comentarios que los peregrinos habían hecho de sus estancias en el albergue; por supuesto que estos libros tienen un valor especial para los peregrinos más noveles y forma parte de la esencia del Camino, así que los coloqué en un lugar privilegiado.

Todo esto que hice puede parecer simplemente un aspecto estilístico pero nada más lejos de la realidad pues todos los días que llegaban los peregrinos les veía pasar mucho tiempo en esta sala e incluso muchas veces cerraban la puerta que daba al salón general buscando aún más intimidad.

Esto que acabo de comentar es solamente una pequeña muestra de todo aquello que hice en este albergue de peregrinos. Me gusta que el ambiente de acogida sea sencillo, sobrio, fresco y acogedor. Para conseguir estos objetivos hay que prestar mucha atención a qué hacen los peregrinos y ajustarse a sus necesidades día a día, pues observando se aprende mucho. Muchas de estas acciones son extremadamente sencillas. Por poner solo un pequeño ejemplo, en los albergues de peregrinos suele haber una caja grande o una gran maceta donde los peregrinos dejan aquello que no van a usar más y a su vez pueden coger aquello que necesiten. Pues bien… en infinidad de albergues esta caja está llena de ropa usada y sin lavar. ¿Quién va a meter la mano allí con placer? Nadie. La solución es bien sencilla… lavar toda esa ropa usada y poner un cartel en el que se indica que todo lo que está allí dentro está limpio. ¿Cual fue el resultado? No fueron pocos los días que veía que faltaban cosas pero otras nuevas habían llegado. La prueba más evidente me llegó el día que una peregrina me felicitó personalmente por haber lavado toda esa ropa y ella misma se puso una oliendo continuamente y sonriendo sorprendida. La mayoría de las veces hacer las cosas bien es muy sencillo, solo es necesario saber cómo hacerlo y prestar un poco de atención.

Si explico todo esto es porque me he dado cuenta a lo largo del tiempo y la experiencia acumulada en el servicio a las personas que tratar con cuidado y respeto a las personas es un arte muy elevado (posiblemente uno de los más valorados pero menos reconocidos) y que no siempre le prestamos la suficiente atención.

Hace dos días me estaba tomando un café con un amigo en un bar de mi ciudad donde hay dos camareros; el de la mañana y el de la tarde. Pues bien, el camarero de la mañana puede ser extremadamente amable o extremadamente antipático pero el de la tarde simplemente hace su trabajo con una precisión de relojero, siempre correcto y siempre en su lugar. El arte elevado de la hostelería se parece más al camarero de la tarde o al menos, si tuviésemos que elegir solo uno, nos quedaríamos con el de la tarde. El camarero de la tarde es una extensión del bar estando al servicio del cliente, no es el protagonista sino que hace todo lo posible para que el ambiente fluya con sencillez y elegancia. Ese es mi objetivo en la atención a las personas: Trabajar en la sombra para que todo fluya con suavidad sin que el cliente sepa el porqué y únicamente esté centrado en disfrutar del momento.